domingo, 18 de noviembre de 2012

Más que un payaso

Mi madre nos reunía a todos. En realidad mi madre era (y sigue siendo a veces) la más payasa de todos. Nos ponía frente al televisor, y yo que ya era mayorcita la ayudaba y jaleaba, para que los más pequeños cantaran a voces el hola don pepito o la gallina turuleta... Ellos eran más que dos chicos requetefinos..., eran tres hermanos y luego fueron una saga como ya lo habían sido antes los hermanos cubanos Aragón. Pero entonces nosotros no sabíamos mucho ni de Cuba, ni de Miami, ni de Venezuela, ni de los líos políticos que habían llevado a aquellos que tanto nos hacían reír de un lugar a otro dedicados a lo mismo que se dedicaban ahora, a que niños y grandes ejercitaran los músculos faciales a base de reír y cantar.
Gaby, Fofo y Miliki, qué grandes tardes de pan y chocolate, que luego fue nocilla.
Y eso que a mí en realidad nunca me gustaron los payasos, los otros, los de toda la vida, los de los ojos pintados de una extraña manera, que más que ganas de reír me producían ganas de llorar,  pues intuía que no era una vida de risas la suya, y aún no entiendo por qué aquellas sus carcajadas me parecían siempre tan falsas.
Pero los payasos de la tele eran distintos.
Eran casi unos cómplices, de nosotros los niños, y más de los que teníamos madres cómplices como ellos que cantaban y reían al compás del pan y chocolate. Los Aragón siempre me cayeron de cine. Todos. También las nuevas generaciones. Emilio Aragón, hijo, Milikito, y Fofito y Rita... Pero los padres eran más niños que ellos y eso hoy sé que es fundamental, que más vale que sepamos ahorrar para la vida, la capacidad de mantener la niñez, las cosas buenas de la niñez, que son casi todas.
Aún recuerdo el día en que supimos que había fallecido Fofo. Fue un mal trago y una especie de puñalada trapera a aquella edad en la que piensas que los buenos no pueden morir. Sus hermanos siguieron, y aunque ya no era lo mismo el pasado continuaba un poco vivo con ellos. La última vez que vi a Emilio padre fue en la película Pájaros de Papel, de Emilio hijo. Seguramente no sea la mejor película del cine español -y espero, por cierto que no sea la última de Emilio-, pero era una película bella, lindísima, de amor a su padre, un homenaje a él y a otros héroes como él.
Hoy, al conocer su muerte, no solo he recordado las infancias de mis hermanos y la mía, sino también ese filme y a esas gentes que construyeron los cimientos de lo que en la actualidad somos.
Hoy, al conocer su muerte, me he visualizado jaleando a mis hermanos pequeños en un sofá de pocos lujos y he pensado en los sofás de lujo de nuestros niños que no tienen unos payasos de la tele con los que cantar ni una programación ad hoc. 

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