martes, 31 de julio de 2012

En cuerpo y alma

Desde hace días sigo las obras que se están produciendo en un local cercano a casa. Fundamentalmente por dos motivos. En primer lugar, por curiosidad, que forma parte de mis esenciales motores de búsqueda. Tanto, que no he parado hasta conseguir que alguien me confirmara el motivo y meta de las obras. En segundo lugar, porque me pone las pilas saber de proyectos nuevos en un entorno en el que se impone la sensación de estar subidos como sociedad al completo en el "Titanic"..., y todos pensando que el barco acabó como no hay que explicarlo ni a un marciano.  A mí, la verdad es que no me gustan nada los cruceros  ni sus mareos. Y menos aún me place andar todo el día llamando al infortunio habla que te habla del temita. Sin pecar de ingenua, consciente de la que está cayendo, lo soy también de muchísimos proyectos nuevos, de la fuerza de muchos empresarios, emprendedores, algunos visionarios, realistas los más, que ponen su empeño en el desarrollo de nuevos negocios. E intento darles la publicidad posible. Sin ir más lejos, yo misma ando embarcada en nuevos proyectos que me ilusionan a mí y despiertan en los demás una pasión -ojalá- similar a la mía, que es loca y profunda, y la sensación benéfica de que existen empresas dispuestas a crear y crecer.
Cuando además he conocido el destino del  local la satisfacción ha sido mayor si cabe. Me lo contaron en uno de los establecimiento de alrededor. Creo que ellos también estaban contentos; porque una apertura es positiva y porque les proporcionada tránsito. Pero también les gustaba como a mi el concepto. Vale. Ahí va, desvelo el misterio. Un local destinado al cuidado del ser humano. Así , casi al completo. Para masajes, para cuidados corporales y -ahí viene la novedad, al menos para mi y mis conocimientos- psicólogo. Ya era hora de que se entendiera que el psicólogo forma parte del cuidado integral del individuo. Incluir cuerpo y alma en un centro de bienestar me parece de las cosas más contemporáneas que he escuchado últimamente como negocio. Deseando estoy que abra para conocerlo. 

miércoles, 25 de julio de 2012

Siempre París

Durante mucho tiempo y prácticamente siempre por motivos profesionales visité París muy a menudo. Juraba y perjuraba que nunca viviría en aquella ciudad monumental en la que la sangre y la traición escondía su historia. Juraba y perjuraba que solo el amor me llevaría a vivir allí, mientras iba y venía, en ocasiones, una vez al mes, en ocasiones una vez al trimestre... Y viví en París. No hay que explicar por qué. Por amor. Y lloré en París, pero no por la incomprensión que han sufrido muchos y así han narrado, extraños en tierra extraña, no por el tan traido chauvinismo francés, no por añoranza... Lloré en París, movida -removida, más bien- por la emoción de vivir allí intramuros, de pasear por el Sena, de conducir por una calle cualquiera y darme de bruces con la imagen de la Torre Eiffel se diría levitante (por cierto, que siempre lo digo, que la mejor vista del más emblemático edificio parisino se obtiene desde una plaza cercana a Trocadero, que es la plaza de México, y mejor por la noche, por la majestuosidad que logra su iluminación). Volví de París y echaba de menos hasta su comida, que allí nunca deseé en exceso, por su ídem de salsas y aditivos varios; su iglesia de San Agustín, aunque mi condición no sea en exceso religiosa; echaba de menos sus mercados, sus esquinas con tiendas de flores, en especial sus pequeñas tiendas en las que solo se venden rosas, esos pequeños bouquets de colores diría casi imposibles si no los hubiera visto con mis propios ojos; y también sus tiendas de quesos; y las de ropa, cómo no; sus avenidas. Por eso, voy a París siempre que puedo, y me muevo farsante como diciendo si yo vivo aquí..., vivo del recuerdo aquí. Por eso, recuerdo las cosas bellas que sucedieron en París, las mejores, dicho sea de paso, cuando ya no vivía allí. Por eso, busco París o aquellos lugares que me lo recuerdan en pequeñas cosas. Por eso agradezco la invitación de ayer de un amigo con quien antaño compartí horas parisinas a un restaurante que es un trocito de París en Madrid. Su decoración, su comida, su dueña dan fe de ello. El Comité, en la plaza de San Amaro, 4.

viernes, 20 de julio de 2012

He tenido como se tiene siempre en los comienzos de un trabajo, y como por otro lado, suelo tener siempre, una semana de mucha tensión... Y qué felicidad. Los dos últimos días he estado en Barcelona y he decidido quedarme el fin de semana para pasarlo con mis hijas... Tenía un tiempo tras la comida y he decidido tumbarme a leer en la piscina del hotel. Acabó mi descanso. Una familia con niños... He pensado qué ricos, qué estupenda imagen papá gallo, mamá gallina, niña y niño pollitos. Todo empezó poco a poco a ponerse feo. Primero expulsaron a un madurillo que no sabia que lo era o pensaba que a fuer de enmorenarse perdería años y se retorcía el calzoncillo para dejar cada vez má expuesto al sol sus glúteos casi mulatos. Después ha venido lo del ahogo... No he tirado a ningún niño. Ya he dejado bien claro que me gustan los niños... No he sido yo ni el aprendiz de mulato. Tampoco sus padres. Ha sido el niño (la niña sabía nadar), ha sido el niño el que se ha tirado al agua y ha estado a punto de ahogarse, eso sí en presencia de sus padres que, uno desde dentro ya y la otra que estaba fuera y en un segundo (mejor dicho en tres, porque primero ha gritado al marido que estaba bañándose)han salvado al niño que ha llorado. Ellos se han inmutado poco. Al menos no han hecho como hubieran hecho muchas parejas, no se han culpado mutuamente... Y entonces por qué digo que no aguanto a los niños? Ni a ellos ni a los mayores que gritan. Ni a los niños que hablan a voces, ni a los padres que en lugar de acallarlos o como poco calmarlos se disponen a imitarlos... No aguanto a los niños que dicen tacos ni a los padres que para que los niños no lo hagan todavía más a conciencia prefieren callarse en lugar de reprenderlos. No aguanto a los niños que se tiran a lo bestia en las piscinas públicas. Ni a los que comen sin sentarse a la mesa. Ni a los que comen con las manos... Ni a los que gritan máma y pápa y siguen haciéndolo el resto de su vida... No los aguanto... Y ahora que lo pienso qué culpa tienen las criaturas. A quienes no aguanto es a los padres que los educan tan mal... (qué dura manera de abrir un blog)