miércoles, 25 de julio de 2012

Siempre París

Durante mucho tiempo y prácticamente siempre por motivos profesionales visité París muy a menudo. Juraba y perjuraba que nunca viviría en aquella ciudad monumental en la que la sangre y la traición escondía su historia. Juraba y perjuraba que solo el amor me llevaría a vivir allí, mientras iba y venía, en ocasiones, una vez al mes, en ocasiones una vez al trimestre... Y viví en París. No hay que explicar por qué. Por amor. Y lloré en París, pero no por la incomprensión que han sufrido muchos y así han narrado, extraños en tierra extraña, no por el tan traido chauvinismo francés, no por añoranza... Lloré en París, movida -removida, más bien- por la emoción de vivir allí intramuros, de pasear por el Sena, de conducir por una calle cualquiera y darme de bruces con la imagen de la Torre Eiffel se diría levitante (por cierto, que siempre lo digo, que la mejor vista del más emblemático edificio parisino se obtiene desde una plaza cercana a Trocadero, que es la plaza de México, y mejor por la noche, por la majestuosidad que logra su iluminación). Volví de París y echaba de menos hasta su comida, que allí nunca deseé en exceso, por su ídem de salsas y aditivos varios; su iglesia de San Agustín, aunque mi condición no sea en exceso religiosa; echaba de menos sus mercados, sus esquinas con tiendas de flores, en especial sus pequeñas tiendas en las que solo se venden rosas, esos pequeños bouquets de colores diría casi imposibles si no los hubiera visto con mis propios ojos; y también sus tiendas de quesos; y las de ropa, cómo no; sus avenidas. Por eso, voy a París siempre que puedo, y me muevo farsante como diciendo si yo vivo aquí..., vivo del recuerdo aquí. Por eso, recuerdo las cosas bellas que sucedieron en París, las mejores, dicho sea de paso, cuando ya no vivía allí. Por eso, busco París o aquellos lugares que me lo recuerdan en pequeñas cosas. Por eso agradezco la invitación de ayer de un amigo con quien antaño compartí horas parisinas a un restaurante que es un trocito de París en Madrid. Su decoración, su comida, su dueña dan fe de ello. El Comité, en la plaza de San Amaro, 4.

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