sábado, 12 de enero de 2013

Esa joven viejecita


Todavía estoy con el ánimo alterado. Como lo estuve hace años después de ver una exposición en el Museo Guggenheim, de Nueva York. La diferencia es que en aquel momento la viejecita Louise Bourgeois era eso, muy viejecita, pero estaba viva. Y eso era sublime. Aquellas cabezas de tejido, unidas con grandes puntadas, aquellas jaulas, aquel sexo, más sexo, aquella ironía sobre los grupos familiares... me habían dejado k.o. Aquel verano, no sabía si mi incipiente mareo se debía más a las rampas del museo o a las escenas contempladas.
Hoy, todavía sigo con el ánimo alterado. No es la iconografía a veces incluso burda del sexo. No es la reclamación a voces del amor. Tampoco la frustración de la maternidad (si es que la hubiere). Ni el exceso de ataduras por doquier, supongo que fruto del deseo de su ausencia. Ni los a veces groseros manchurrones rojos, por doquier. Hoy, sigo impactada por varios aspectos de la exhibición que mañana finaliza en La Casa Encendida de Madrid. Por el título, que aparece en el cartel que reproduzco y que ocupa la entrada de la Expo. Una especia de malaventura, de maldición: "Mal haya quien mal piense"... Y, en serio, la exhibición no es para pensar bien sobre los sentimientos y emociones de esta mujer que ha sido reivindicada de manera muy tardía como artista y gracias a sus gigantescas arañas. Impactada por tanta obra "maldita" y en diferentes formatos. Impresionada por su manejo impresionante de la punta fría. Pero sobre todo por la edad de sus obras, una edad que solo se adivina por el mal pulso de su firma. Y es que, Bourgeois, que murió a los 98 años, en 2010, realizó la mayoría de las obras expuestas entre 2000 y 2002, es decir entre los 88 y los 90 años. Impresionada por su juventud. Así estoy... Si ha ido a exponer en el museo más joven ce los madrileños...
  


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