domingo, 28 de octubre de 2012

Curiosidades principescas

Hacia ya muchos años que recibía la invitación. Tantos como hacía que la declinaba o la traspasaba a algún miembro del equipo que diera -digamos- la vida por trasladarse un día a Oviedo para asistir a los actos programados para celebrar la entrega de los premios Príncipe de Asturias.
En 2011 prometí a la directora de la Fundación, Teresa Sanjurjo, que iría. Soy persona de palabra. Y cumplí mi promesa. Y una vez que la hube cumplido, hice otra, esta, a mí misma. Me comprometí a que salvo problema de causa mayor o acontecimiento obligado acudiría a la llamada del redoble de tambores y gaitas de todo Asturias que proclaman que los Premios están listos para ser entregados y los protagonistas dispuestos -todos: la Reina Doña Sofía, los Príncipes de Asturias, Don Felipe y Doña Letizia, jurado y premiados- a dar a España una de esas escenas que dignifican el país. Porque alli, en el teatro Campoamor de Oviedo entendí que esa era la España que me gustaba, la del saber, la del talento, la de la ciencia y la cultura, y deseaba regodearme en ella siempre que la ocasión lo permitiera.
Reconozco que el primer año, aquel de 2011, lo fue especial. Por el sopetón de lo inesperado. Por la escenografía. Y por algunos de los actores, entre los que cabe destacar a Leonard Cohen -cuando entonó su discurso, aquella voz que solo conocía cantando se me clavó en la médula hasta colmar todo mi cuerpo de tensión- y a los héroes de la central nuclear japonesa de Fukushima -fue el año del terremoto de Japón-. Mucho más emocionante que, en general, los premiados de 2012.  Sin embargo, esta nueva edición, vista con lo ojos de quien ya conoce los mecanismo, me ha permitido descubrir otros detalles.
Me emocionó, por supuesto, todos los grupos de asturianos vestidos con sus trajes regionales, tocando la gaita en el paseo que va del Hotel Reconquista -donde tiene lugar la comida homenaje a los premiados, comida en la que puedes cruzarte con ellos y con los Príncipes, pero también con ministros o con el presidente del Principado, o con el anterior, Álvarez Cascos que no se perdió evento ese día (por cierto, me impresionaron los pendientes de su esposa, María Porto, en la ceremonia de entrega de los premios..., si eran esmeraldas y brillantes, eran de caer de espaldas, si no, también)- al Teatro Campoamor, donde se hace entrega de los premios, también escoltado por gaiteros y este año por "indignados" que preferirían que unos premios así no se celebraran (qué torpeza).
Me emocionó la entrada de la Reina. O mejor dicho el aplauso propinado a Su Majestad. Un aplauso más largo e intenso que el del año pasado y, dicen los enterados, que también mayor que otros años. Había respeto, cariño y, entendí o quise entender, complicidad con ella que tantos "sapos" está tragando últimamente.
Me emocionó el discurso del Príncipe, en línea con lo que me pareció que eran los galardones de este año, unos galardones de concordia, de paz, de humanidad. Y volvió a parecerme que aquel aplauso era también más generoso que el del pasado, como de decir "Bien, Señor, muy bien, entendemos lo mal que lo está pasando y le apoyamos". Y me gustó comprobar cómo sonreía agradecido y cómo Doña Letizia le agarraba un par de veces la mano, en esta ocasión no para sentirse segura Ella sino para darle la enhorabuena y otorgarle seguridad a Él.
Me hizo gracia la entrada de Sara Carbonero, la novia del premiado Casillas, a la que todo el mundo esperaba ver, casi con la misma intriga con que aguardaban a la Princesa de Asturias. Y cómo los palcos de los invitados del Real Madrid, por Casillas, y del Barcelona, por Hernández, estaban uno junto al otro y cómo Laporta cambió su lugar en primera fila del suyo para ocupar la segunda, al lado de Fernández Tapias, con quien hablaba, bromeaba y chocaba manos. Me hizo muchísima gracia el cuerpo de la filosofa premiada Martha Nussbaum, más de nadadora y bailarina que del que se supone a una intelectual, que por cierto andaba a saltitos muy como una bailarina.
No me hizo ninguna gracia que algunos invitados de los premiados salieran de sus palcos nada más acabar la ceremonia, sin esperar la retirada de los Príncipes. Tampoco la poca asistencia gubernamental. Un año más pensé que en ese momento en el que Urbi et Orbe puede presumirse de nuestro país y de estos premios que son de categoría de Nobel, el presidente de Gobierno debería hacer acto de presencia. Son "nuestros" premios, y también del Presidente... Y hablando de presidentes, me gustó ver al de Cantabria, bueno al ex, Revilla, marcar el ritmo del himno de Asturias con sus manos sobre sus brazos y sobre una barandilla, al tiempo que las gaitas -que no son mi instrumento favorito- un año más conseguían nublar mis ojos.

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