sábado, 20 de octubre de 2012

La ascensión del chonismo

Supongo que seria hace algo más de un mes, y supongo bien, porque todavía hacia calor. Es más, hacía un calor insoportable. Pero era lo único insoportable. El resto era placer. Acababan de inaugurar la librería La Central, en la plaza del Callao, en Madrid. Y yo, forofa de la marca, acudí a conocer su bello edificio, con capilla incluida (por cierto, la sección infantil está ubicada ahí donde durante un tiempo se rezó). La sorpresa fue inmensa. Por el continente, el contenido (que es del estilo de librero delicatessen, y no supermercado, que adoro) y porque estaba llena a rebosar de gente. Había turistas, sí, pero sobre todo oriundos, curiosos y compradores de cultura.
Lo disfruté por eso, como disfruto cuando los ámbitos culturales se llenan de vida y esta los inunda de interés.
Lo disfruté como disfruto cuando comparo ese interés cultural con el adocenamiento cerebral al que somete la televisión.
La comparación no es recurrente. Es pertinente. Hace unos días deseé que fuera hora más temprana, para salir huyendo en dirección a La Central, con un único plan: comprobar que la vida es normal, que la ente es normal, que el chonismo no es pandemia. Como la librería ya estaba cerrada a esas horas, decidí ponerme a leer un libro (a la sazón, Misión Olvido, de María Dueñas), capaz de dar un soplo de aire fresco a mis neuronas y a mi corazón, indignadas unas y acelerado por la rabia el otro, después de ver cinco o diez minutos el debut de ese horror -no solo televisivo- vital que es Gandia Shore (remedo patrio de otro esperpento internacional, que es Jersey Shore). No lo pude soportar. Me ofendió. Me dio vergüenza ajena. Me sorprendió tanta chabaquenería reunida en tan pocos metros cuadrados. Ellos y ellas no parecían de este mundo. Mi hija me decía que no me preocupara, que eran actores. Y me producía aún más vergüenza ajena; como si fuera alentador que un grupo de profesionales imitara el ascender social del chonismo, que es lo que parece propugnar el supuesto reality. No me hace gracia el friquismo ni me gusta recrearme en la vulgaridad. No fueron más de diez minutos, para saber de qué iba aquello y para abandonarlo y conseguir el abandono familiar al completo.
Pocos días después, leí que se estaba pidiendo que los anunciantes retiraran la publicidad del programa. Deseé que así fuera. Deseé que aquel esperpento nacional nunca hubiera existido o que, como mucho, fuera un mal sueño. No quiero que la juventud que me rodea mire esos escaparates, como si fueran algo natural. No quiero que se difunda esa imagen de mi país.
Suerte que escribo después de ir al cine, después de ver Lo Imposible, de Juan Antonio Bayona, en unas salas en las que se proyectaba otras dos películas españolas, la de Trueba y Blancanieves..., más una de productor español, A Roma con amor. Y... las salas estaban llenas y la gente se agolpaba para coger sus entradas...motivos para el optimismo.

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