Cuando era pequeña y escuchaba a mi bisabuela hablar de las clases de urbanidad me partía de la risa. Me parecía, claro, trasnochado. En mi casa se hablaba de educación. Sin más. Ayer escuché a uno de mis sobrinos, que ha pasado parte del verano en un campamento estadounidense, hablar de las clases de Manners, maneras, modales... o lo que mi bisabuela llamaba urbanidad. Recordé pues con cariño a aquella mujer que siempre vestía elegantemente de negro... Y ya no me reí de su término urbanidad, como no se me ocurriría reírme del término manners. Viene bien recordarlo, enseñarlo cuando tienes hijos y aprenderlo casi de bebé. Y lo digo estigmatizada y chocada como me ocurre cada verano, por los comportamientos observados en la playa y en los viajes.
Los vociferios en las playas, por ejemplo, o quienes sacuden la arena de su toalla en tus narices y a favor de tu viento, o sea contra tu cara o tus nalgas no aprendieron maneras y se quedaron en el egoísmo infantil del ya mismo y como yo quiera. Quienes viajan en avión con la chancla puesta, la camiseta a medio camino entre la ocean que usaban nuestros padres y la de campeón olímpico, por supuesto con bermudas casi bañador o el biquini asomando bien visible por la camisa o la camiseta y los hot-hot-hot pants, como si el aeropuerto estuviera en primera línea de playa, esos tampoco recibieron las útiles clases de educación en maneras. Es probable que alguien piense que soy una rancia o una antigua y me da igual, completamente igual. La chancla no es zapato para viajar en avión o tren ni para acudir a una entrevista de trabajo. El biquini es para la piscina o la playa o el río y no para andar por la calle o exhibirlo en el viaje, por más que hayas aprovechado hasta el último minuto de sol (por cierto, qué horrible a la par que poco saludable el moreno marrón chocolate que aún pasean algunos cuerpos), antes de volver a casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario